(Este relato, y este otro, ocurren en el mismo contexto. Misma historia, misma narradora)
A penas podía verlos a través de la estrecha rendija, pero se podía entender perfectamente lo que decían, a pesar del ruido de los generadores que taladraba con un zumbido incesante cada palabra que pronunciaban.
A penas podía verlos a través de la estrecha rendija, pero se podía entender perfectamente lo que decían, a pesar del ruido de los generadores que taladraba con un zumbido incesante cada palabra que pronunciaban.
Gin estaba
sentada en el suelo de hormigón, abrazada a sus rodillas. Mantenía el pelo en
la cara, pero sé que miraba hacia nosotros. No creo que le importara que Sarah
y yo supiéramos lo que pasaba. No creo que, en ese momento, le importara nada
en absoluto.
Alan permanecía
de pie en un rincón, apoyado en uno de esos generadores brillantes y cobrizos,
y la miraba como… Como solía mirarte Alan. En esos momentos, sus ojos no me
parecieron muy distintos de la máquina en que se apoyaba. Marrones, acerados y
condenadamente fríos. Nada más que una superficie en que reflejarse la luz.
Cogimos la
conversación a medias, pero era fácil entender lo que ocurría.
-…que te importe.
¡Llevo seis meses fuera! ¡Hace medio año que no nos vemos!¿Y tú reaccionas
así?- Gin soltaba las palabras arrastrándolas, su forma de hablar me recordaba
al sirope de chocolate: dulce, pero empalagosa. Algo que no querrías tomar todo
el tiempo.
Alan no
reaccionaba.
-¡Te he dicho que
llevamos seis meses sin vernos!- ese grito resonó por todo el cuarto.
- Te he
entendido.
- ¿Acaso no te
alegras de volver a verme?
- Me gusta
tenerte aquí.
La habilidad de
Alan para hablar solamente con las palabras justas, no se mostraba muy útil
cuando discutía.
- ¿”Me gusta
tenerte aquí” es lo único que eres capaz de decirme?
- Supongo.
Alan bajó la
vista al suelo. Parecía ausente. Más ausente que nunca. Era como si él formara
parte del entorno, de las paredes y suelos de hormigón, de las calderas y
generadores. En lugar de ser el protagonista de la escena.
-¡Seis meses!-
Gin insistió con un llanto.-¡Seis putos meses lejos de ti!
Alan la miró
fijamente, creo que cansado de que Gin se repitiera.
-Para mí han sido
como seis días.
Por un momento el
llanto cesó y los dos se sostuvieron la mirada.
Fue en ese
momento. Tardé demasiado, pero lo entendí.
Entendí que Alan había dejado de ser Alan
hacía ya tiempo. El frío, la niebla, la lluvia, la nieve, la humedad… La Espina
no había cambiado solamente el clima que la rodeaba. Lentamente había
conseguido cambiar también aquellos que se mantenían cerca de ella. Muy poco a
poco, se había ido clavando, sin que se dieran cuenta, y les había hecho sentir
el peor dolor posible para un humano.
No sentir nada.
Eso también me
hizo comprender que La Espina no se llamaba así por la forma que tenía, si no
por el efecto que provocaba.
Por desgracia Gin
también se dio cuenta de todo aquello.
Se había dado
cuenta de que había perdido a Alan.
Se había dado
cuenta de que había malgastado el tiempo volviendo a la casa.
Y por último, se
dio cuenta de que aquellos últimos seis meses habían sido, por desgracia, los
más felices en mucho tiempo.
Esa noche, Gin se
durmió llorando en el sofá. La podía oír desde el piso de arriba.
A la mañana
siguiente, no estaban ni ella, ni sus cosas. Nunca la volvimos a ver.
Nunca volvimos a
hablar de ella.
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